miércoles, 11 de mayo de 2016

Experimento ruso del sueño...la mezcla entre insomnio y gas que produce zombies


Un macabro grupo de científicos rusos en la década de los 40’s, hicieron un experimento con cinco presos políticos, que eran considerados: piratas del estado, convencerlos fue muy fácil: se jugó con las esperanzas de libertad que ellos tanto anhelaban y se les prometió falsamente su perdón si accedían a este mórbido estudio: no dormir, durante un largo y angustioso mes, siendo sometidos diariamente a pequeñas dosis de gas. Sin pensarlo todos accedieron a ser los conejillos de indias de los investigadores. Su fe en volver a jugar con sus hijos y cenar con sus esposas los llevó a ello.

Su prisión fue esta vez peor, cambiaron los barrotes por paredes de metal, y las camas por un tanque que regulaba el oxígeno… no sabían a lo que se enfrentaban.

No tenían forma de dormir, eso sí, tenían agua, un inodoro, un poco de comida y decenas de libros para pasar su estancia en la habitación, que poco a poco se iría convirtiendo en su lecho de muerte. Lo único que los acercaba al mundo exterior  era un ventana de cristal grueso con un diámetro de 5 pulgadas, y unos cuantos micrófonos.

La primera semana todo se fue dando de forma normal, pero a partir de entonces las situaciones se fueron tergiversando, y poco a poco, como una gotas de agua, el gas empezó a hacer efecto, los sujetos dejaron de comunicarse entre ellos y empezaron a susurrar ante los micrófonos… principios de paranoia. La única respuesta por parte de los tratantes fue: “Efectos secundarios”.

Nada mejoró. El noveno día uno de los reclusos comenzó a gritar desenfrenadamente, tanto que sus cuerdas vocales se desgarraron por completo y le impidieron ejecutar los sonidos. Lo más increíble fue la respuesta por parte de sus compañeros… nadie se inmutó, todos seguían susurrando frases en los micrófonos como si nada pasara.  Luego de un tiempo, ocurrió lo mismo con un segundo sujeto. Los presos restantes se les ocurrieron mejores ideas, decidieron arrancar ciertas páginas de diferentes libros y pegarlas, en la pequeña ventana de cinco pulgadas, con nada más que sus propias heces. La respuesta fue inmediata, los gritos y los susurros cesaron, y la habitación quedó en un silencio sepulcral. Y así se lograron mantener por tres días.

Los investigadores sabían que los convictos seguían vivos, debido a que  el consumo de oxígeno era el habitual, datos que no tenían otra manera de ser comprobados ya que era imposible ver a través de la ventana y no habían rastros de algún susurro. El día 14 llegó la sorpresa, los científicos se dispusieron a hablarles a los sujetos, buscando respuesta alguna.  “Nos dispondremos a abrir la habitación para comprobar el estado de los micrófonos. Aléjense de la puerta y quédense en el suelo. Si no lo hacen les dispararemos…  si hacen lo que les decimos, uno de ustedes será liberado hoy mismo”.
La contestación fue inmediata, pero a la vez impresionante… ninguno de los reclusos quería ser liberado.

Al final, los tercos científicos, decidieron en la noche del  decimoquinto día abrir la puerta y proceder a verificar el estado de los convictos. Lo primero fue retirar el gas e intercambiarlo por aire fresco. En el interior se comenzaron a escuchar súplicas que exigían el gas de nuevo. Cuando los militares rusos se dispusieron a entrar, los despavoridos gritos de los oficiales fueron aún mayores que aquellos del noveno día.  Cuatro de ellos seguían con vida, pero con un estado físico cuestionable, ya que desde la primera semana las provisiones permanecían intactas, tenían grandes heridas en partes importantes de su piel, y todo indicaba a que ellos mismos se las habían arrancado. El panorama era devastador, coágulos de sangre revueltos con heces aromatizaban el cuarto y pedazos de piel yacían en los rincones. Uno de ellos se había abierto el abdomen, lo que permitía observar una parte de su intestino, lo más increíble era que estos seguían funcionando, y al parecer digerían su propia carne.


La decisión fue inmediata, se dispusieron a sacar a todos de la recámara...intentarían restaurarlos. Pero hasta los mismos militares se rehusaban a entrar de nuevo al cuarto. Luego de unos minutos, el dictamen fue oficial, y con ayuda de todo el equipo militar y científico se dispusieron a sacarlos, lo que parecía imposible, ya que todos ofrecían resistencia mientras rogaban por más gas. Uno de los sujetos murió desangrado luego de aplicarles una dosis de morfina diez veces mayor que la normal, ya que este parecía tener una fuerza sobrehumana y una sed de gas incontrolable.

El que se encontraba en peores condiciones fue trasladado de manera inmediata a cirugía para intentar reacomodarle sus intestinos, el problema llegó cuando los médicos observaron que la anestesia no les hacía efecto, y la operación se tuvo que realizar a sangre fría y con el convicto amarrado, lo cual fue casi imposible, ya que la gran fuerza de esta abominación logró romper las correas que lo ataban.

Continuaron los tratamientos, esta vez con el que se había roto las cuerdas vocales, el cual no gritaba debido a la imposibilidad del acto, pero protestaba moviéndose como un cerdo a punto de morir.

Con los pacientes “tratados” se logró reingresarlos a la habitación, antes de hacerlo, los científicos intrigados preguntaban sobre la necesidad del gas, a lo que uno de ellos responde: “Debo mantenerme despierto”. Luego  de los forcejeos se logró entrar a los sujetos restantes a la habitación, los cuales al sentir el fluido se calmaron inmediatamente como si estuvieron agradeciendo a los investigadores la vuelta a casa. Mientras que los conejillos de indias estaban calmados, los médicos procedieron a realizar electroencefalogramas, los cuales, en ocasiones mostraban líneas planas, como si se tratara de una muerte cerebral.

Uno de los científicos se dispuso a hacer la pregunta más esperada. “¿Qué eres?”
“¿Ya lo has olvidado? Somos la locura que se esconde dentro de todos ustedes, rogando en todo momento ser liberada, desde lo más profundo de la mente animal. Somos todo de lo que te escondes cada noche en el interior de tu cama. Somos lo que ocultas en silencio cuando vas  al refugio nocturno donde no podemos pisar “. Respondió el único sujeto que aún podía hablar.
El científico aterrorizado, hizo una pausa, sacó una pistola y concluyó la sinfonía de la manera más aterradora… le disparó.    

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