El mundo parece loco, ahora en ciudades de Europa como
Berlín y otros sitios de este continente, para enterrar a sus muertos, se abren
lugares en los que te puedes tomar un buen café y comer un rico pan, mientras
sepultan a tu pariente o a un ajeno que ni conoces.
Ya parece que las tristezas hacia seres conocidos, cada
día valen menos. Ya morir, es cuestión de un momento. En estos sitios, y no de
manera necesaria, personajes extraños y turistas, acuden a funerales de gente
de la ciudad o del poblado y acompañan a los parientes del muerto. Mientras
tanto aprovechan los locales que en los últimos años se han abierto en el
cementerio y allí les ofrecen un trago frío o un aperitivo para pasar el duro
momento.
Son jubilados, personas de mediana edad, mujeres con
niños recién nacidos o hasta hombres jóvenes que se entretienen con su
computador. Esto se vio en un día muy frío y lluvioso de noviembre. Sucedió en
una cafetería ubicada dentro de un cementerio en un barrio llamado Kreusberg,
en Alemania. Frente al café caliente y las confituras los comensales tenían una
bella vista: lápidas húmedas y tumbas familiares o ajenas. Nada de este
ambiente dañaba la conversación, charlaron sin demanda como si no les
interesara lo que estaba sucediendo al frente de ellos.
La tumba se abrió, ellos miraron de lejos y hasta rezaron
una oración por alguien que no conocían… Moda, así es el mundo actual.
Vale la pena citar este diálogo que se escribió en la
revista alemana Der Spiegel, entre dos parroquianas que asistían a un sepelio:
* “¿No hay personas muertas aquí, verdad?
* “Oh, sí, hubo cadáveres aquí”, responde la mesera,
Johanna Helmberger, y reprime una sonrisa. Así lo publicó la revista Der
Spiegel.
Sucedió en un café llamado Strauss en el distrito de
Kreusberg, en Berlín. Las mujeres, a pesar de las escenas de terror se fueron
felices: “Volveremos”.
La tarde llega a su fin, el cementerio ya no se ve tan
alegre, aunque los últimos invitados que salen del campo santo charlan con
alegría como si no les importara al conocido o desconocido que dejaron atrás.
Ya es como una moda, los “cafés-cementerio” son cada vez
más populares en todo el mundo. Allí se abandonó el consuelo y se cambió el
duelo por un aperitivo de café, pastel o tostadas con mermelada acompañadas de
suposiciones, rumores o chismes sobre el fallecido.
Es entonces cuando se acaba el dolor, ya no hay tristeza,
solo detalles en torno al muerto… Ya cada uno sueña y padece con lo que será su
propia muerte. Así haya sido el gran escritor Heinrich Mann o el dramaturgo
Berltolt Brecht, allí sepultado.
Eso sí, morir en París, en Berlín o en Barcelona, y que
te entierren en cualquiera de estos lugares, en torno a un buen café, debe ser
divino y mágico… así nadie después te recuerde.
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