Un macabro grupo de científicos rusos en la década de los
40’s, hicieron un experimento con cinco presos
políticos, que eran considerados: piratas del estado, convencerlos fue muy
fácil: se jugó con las esperanzas de libertad que ellos tanto anhelaban y se
les prometió falsamente su perdón si accedían a este mórbido estudio: no dormir,
durante un largo y angustioso mes, siendo sometidos diariamente a pequeñas
dosis de gas. Sin pensarlo todos accedieron a ser los conejillos de indias de
los investigadores. Su fe en volver a jugar con sus hijos y cenar con sus
esposas los llevó a ello.
Su prisión fue esta vez peor, cambiaron los barrotes por
paredes de metal, y las camas por un tanque que regulaba el oxígeno… no sabían
a lo que se enfrentaban.
No tenían forma de dormir, eso sí, tenían agua, un
inodoro, un poco de comida y decenas de libros para pasar su estancia en la
habitación, que poco a poco se iría convirtiendo en su lecho de muerte. Lo
único que los acercaba al mundo exterior
era un ventana de cristal grueso con un diámetro de 5 pulgadas, y unos
cuantos micrófonos.
La primera semana todo se fue dando de forma normal, pero
a partir de entonces las situaciones se fueron tergiversando, y poco a poco,
como una gotas de agua, el gas empezó a hacer efecto, los sujetos dejaron de
comunicarse entre ellos y empezaron a susurrar ante los micrófonos… principios
de paranoia. La única respuesta por parte de los tratantes fue: “Efectos
secundarios”.
Nada mejoró. El noveno día uno de los reclusos comenzó a
gritar desenfrenadamente, tanto que sus cuerdas vocales se desgarraron por
completo y le impidieron ejecutar los sonidos. Lo más increíble fue la
respuesta por parte de sus compañeros… nadie se inmutó, todos seguían
susurrando frases en los micrófonos como si nada pasara. Luego de un tiempo, ocurrió lo mismo con un
segundo sujeto. Los presos restantes se les ocurrieron mejores ideas,
decidieron arrancar ciertas páginas de diferentes libros y pegarlas, en la
pequeña ventana de cinco pulgadas, con nada más que sus propias heces. La
respuesta fue inmediata, los gritos y los susurros cesaron, y la habitación
quedó en un silencio sepulcral. Y así se lograron mantener por tres días.
Los investigadores sabían que los convictos seguían
vivos, debido a que el consumo de
oxígeno era el habitual, datos que no tenían otra manera de ser comprobados ya
que era imposible ver a través de la ventana y no habían rastros de algún
susurro. El día 14 llegó la sorpresa, los científicos se dispusieron a
hablarles a los sujetos, buscando respuesta alguna. “Nos
dispondremos a abrir la habitación para comprobar el estado de los micrófonos.
Aléjense de la puerta y quédense en el suelo. Si no lo hacen les dispararemos… si hacen lo que les decimos, uno de ustedes
será liberado hoy mismo”.
La contestación fue inmediata,
pero a la vez impresionante… ninguno de los reclusos quería ser liberado.
Al final, los tercos
científicos, decidieron en la noche del
decimoquinto día abrir la puerta y proceder a verificar el estado de los
convictos. Lo primero fue retirar el gas e intercambiarlo por aire fresco. En
el interior se comenzaron a escuchar súplicas que exigían el gas de nuevo.
Cuando los militares rusos se dispusieron a entrar, los despavoridos gritos de
los oficiales fueron aún mayores que aquellos del noveno día. Cuatro de ellos seguían con vida, pero con un
estado físico cuestionable, ya que desde la primera semana las provisiones
permanecían intactas, tenían grandes heridas en partes importantes de su piel,
y todo indicaba a que ellos mismos se las habían arrancado. El panorama era
devastador, coágulos de sangre revueltos con heces aromatizaban el cuarto y
pedazos de piel yacían en los rincones. Uno de ellos se había abierto el
abdomen, lo que permitía observar una parte de su intestino, lo más increíble
era que estos seguían funcionando, y al parecer digerían su propia carne.
La decisión fue inmediata, se
dispusieron a sacar a todos de la recámara...intentarían restaurarlos. Pero
hasta los mismos militares se rehusaban a entrar de nuevo al cuarto. Luego de
unos minutos, el dictamen fue oficial, y con ayuda de todo el equipo militar y
científico se dispusieron a sacarlos, lo que parecía imposible, ya que todos
ofrecían resistencia mientras rogaban por más gas. Uno de los sujetos murió
desangrado luego de aplicarles una dosis de morfina diez veces mayor que la
normal, ya que este parecía tener una fuerza sobrehumana y una sed de gas
incontrolable.
El que se encontraba en peores
condiciones fue trasladado de manera inmediata a cirugía para intentar
reacomodarle sus intestinos, el problema llegó cuando los médicos observaron
que la anestesia no les hacía efecto, y la operación se tuvo que realizar a
sangre fría y con el convicto amarrado, lo cual fue casi imposible, ya que la
gran fuerza de esta abominación logró romper las correas que lo ataban.
Continuaron los tratamientos,
esta vez con el que se había roto las cuerdas vocales, el cual no gritaba
debido a la imposibilidad del acto, pero protestaba moviéndose como un cerdo a
punto de morir.
Con los pacientes “tratados”
se logró reingresarlos a la habitación, antes de hacerlo, los científicos
intrigados preguntaban sobre la necesidad del gas, a lo que uno de ellos
responde: “Debo mantenerme despierto”. Luego
de los forcejeos se logró entrar a los sujetos restantes a la
habitación, los cuales al sentir el fluido se calmaron inmediatamente como si
estuvieron agradeciendo a los investigadores la vuelta a casa. Mientras que los
conejillos de indias estaban calmados, los médicos procedieron a realizar
electroencefalogramas, los cuales, en ocasiones mostraban líneas planas, como
si se tratara de una muerte cerebral.
Uno de los científicos se
dispuso a hacer la pregunta más esperada. “¿Qué eres?”
“¿Ya lo has olvidado? Somos la locura que se esconde
dentro de todos ustedes, rogando en todo momento ser liberada, desde lo más
profundo de la mente animal. Somos todo de lo que te escondes cada noche en el
interior de tu cama. Somos lo que ocultas en silencio cuando vas al
refugio nocturno donde no podemos pisar “. Respondió el único sujeto que aún
podía hablar.
El científico aterrorizado, hizo una pausa, sacó una
pistola y concluyó la sinfonía de la manera más aterradora… le disparó.
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